A raíz de la reflexión y análisis realizado sobre los tres
modelos educativos, hemos considerado que a raíz de los puntos positivos
encontrados en cada modelo, podríamos conseguir una intervención logopédica
ideal.
En primer lugar, vamos a hablar del Conductismo, basado en
conductas observables. Cuando realizamos una intervención logopédica es
importante obtener resultados tangibles, pero eso no lo es todo. También,
aunque esté demostrado que es muy eficaz, consideramos que el método de
reforzamiento a través de premios o castigos, no es lo más adecuado para este
tipo de intervenciones.
Dentro de la intervención logopédica, el logopeda debe fomentar
la motivación desde otro punto de vista, como por ejemplo, acercando dichas
intervenciones a situaciones de su vida cotidiana. Un modelo educativo que
ejemplifica claramente este enfoque de intervención sería el constructivismo.
Además, es importante tener en consideración aspectos tan importantes como son
los procesos mentales, tratados en profundidad en el modelo educativo de la psicología
cognitiva.
La psicología cognitiva deja de lado los aspectos personales
del paciente, al igual que el conductismo, que ofrece un material de trabajo
generalizado y no adaptado a cada paciente y sus necesidades, considerándose
factores a tener en cuenta indispensables ya
que serán de gran ayuda para
realizar una intervención logopédica satisfactoria. Por este motivo,
adoptaríamos el modelo constructivista ya que, complementa la psicología conductiva.
El fin del constructivismo es que la persona que va a ser
tratada, construya su propio conocimiento. Para ello, el logopeda desempeñará
el rol de mediador, apoyando el
desarrollo de las capacidades lingüísticas de la persona, permitiéndole alcanzar
las competencias necesarias para mejorar en la mayor medida, su calidad de
vida. La persona será sujeto activo en todo el tratamiento y, su intervención
se adaptará completamente a él y sus necesidades, se llevará a cabo en entornos
cercanos a él y en el que la colaboración de su familia o personas allegadas a
él, será de vital importancia.
Como conclusión, una intervención logopédica eficaz debe
basarse en la comunicación real con las personas que serán tratadas por el
logopeda. La comunicación es el fin y el medio del tratamiento. Las mejorías en
el estado lingüístico-comunicativo del sujeto, se deben valorar desde el
enfoque de las repercusiones en la comunicación eficaz y real del éste dentro
de su propio contexto social. Se debe respetar e intentar aumentar el papel
activo de los sujetos en el uso del lenguaje para la comunicación. Debemos
intervenir cuándo y dónde necesite comunicarse la persona que se encuentre en
tratamiento, entendiendo sus motivos y usando actividades que le sean prácticos
en los diferentes contextos de su vida.
El diseño de programas específicos y personalizados para
superar aspectos concretos que dificultan la adquisición del lenguaje, deben
realizarse teniendo en cuenta un análisis detallado de los procesos implicados.
El logopeda intentará que el sujeto supere sus dificultades proporcionándole
ayuda a partir de los procesos intactos o dañados en menor grado.
No existe ni existirá un programa estandarizado que pueda
ser aplicado para resolver cualquier problema del lenguaje, pero si se deberán
crear los programas de intervención teniendo en cuenta las diferencias y
necesidades individuales y sociales, y las características propias del
trastorno del lenguaje de cada persona.
Un aspecto muy importante, como ya hemos mencionado
anteriormente, es la colaboración familiar y del entorno más cercano a cada
sujeto tratado ya que, especialmente en el caso de los niños, adquieren el
lenguaje fundamentalmente comunicándose con los adultos.
Para finalizar, no debemos concebir toda la intervención en
el lenguaje desde un enfoque rehabilitador, en el cual el especialista
“remedia” todas las deficiencias del paciente sino que, el logopeda deberá
convertirse en parte de su entorno para superar con éxito cada tratamiento.
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